San Jerónimo, nido de demonios, sombras infectas que prestas se arrastran, heraldos negros que sus muros turban cantando sacrílegos vaticinios... Justicia pobre la que brindáis si el juez que severo condena engendra más horror y pena que el vulgar cuatrero a quien culpáis. Alguien (o algo) se ha infiltrado en el convento de San Jerónimo. Monjas y esclavas por igual aparecen sacrificadas en el altar, a la usanza de los sangrientos rituales precolombinos. Todas las hermanas se culpan entre sí. Todas tienen algo que ocultar. Muchas, incluso, le achacan las muertes a posesiones demoniacas. Éste es el panorama que se encuentra Alina, joven novicia, al tomar los hábitos. Junto con Matea, su fiel doncella indígena, se ve forzada a unir fuerzas con la excéntrica Juana Inés de la Cruz, y entre rezos, guisos, cantos y poesía inoportuna, tratarán de esclarecer la terrible verdad detrás los asesinatos. Lo que ellas ignoran es que las muertes ya han llegado a oídos del Santo Oficio, y los inquisidores ya planean visitar el convento para extirpar el mal de raíz.