La época en la que escribí este libro coincide, curiosamente, con un periodo de felicidad en mi vida. Algo en apariencia inexplicable, porque se trata de un volumen de cuentos denso, que apela al miedo cerval. ¿Qué fue entonces lo que me llevó a sacar mi lado más negro? Puedo especular que, de manera paradójica, la estabilidad. Tras siete años en la Ciudad de México, había terminado por adaptarme a ella; estaba listo para convertirla en la principal protagonista de mi narrativa. Vivía y trabajaba en el Centro; el influjo de sus calles, edificios y personajes comenzó a ser decisivo en la reconfiguración de mi imaginario. Otro detalle importante: Demonia es el único libro que he escrito a mano. Cuando me vino la idea de "Moscas", el primer relato, mi computadora estaba siendo arreglada por un técnico; sentí que debía escribirlo o la idea se me escaparía, así que lo redacté en una libreta. Me gustó el ritmo pausado, reflexivo, al que me obligaba mi torpe letra manuscrita. Al terminar el cuento, decidí hacer el resto de la colección con ese método en desuso. No dudo que el peso de la tinta y la textura del papel contribuyeran para que firmara un pacto con mi Mitad Oscura. Ya sea que viajen a Santo Domingo, como la pareja sobre la que cierne una maldición familiar ("Samaná"), a Guanajuato como los hermanos que son consumidos por el poder secreto de la poesía ("Manuscrito encontrado en un departamento vacío") o al bosque de Tapalpa, donde una fuerza sobrenatural acaba con una reunión de antiguos compañeros de escuela ("Demonia"), los protagonistas de estas nueve historias cumplen con su destino para descubrir que "el infierno está aquí". No hay escape de las llamas, aunque seamos felices. Bernardo Esquinca