El enorme impacto de la Revolución rusa hizo que en los partidos socialdemócratas de toda Europa comenzasen a surgir agrupaciones de izquierdas, que acabaron convirtiéndose en los diferentes partidos comunistas, atrayendo a millones de trabajadores que empezaban a ver posible la construcción de otro mundo, sin desigualdad y pobreza. Sin embargo, la falta de experiencia de los jóvenes dirigentes comunistas provocaba que siguieran una política en ocasiones sectaria y ultraizquierdista, alejada de la clase trabajadora y de las tradiciones bolcheviques que decían defender.