Cuenta Hemingway en El viejo y el mar la historia de un anciano pescador que tras hacerse con un pez tan grande como su barca, que lo redime de sus fracasos y colma sus deseos, sólo logra alcanzar el puerto con su esqueleto, ya que durante el camino de regreso los tiburones lo van devorando poco a poco. Algo así ocurre cuando uno trata de acarrear un sueño importante a la vigilia: que apenas logra llegar a la playa con su chasis. Aquello que mientras dormías parecía tan agudo, tan carnal, tan denso, ahora, mientras te afeitas, ha perdido gran parte de su sustancia. Y continúa perdiéndola mientras te peinas, mientras desayunas, mientras vas y vuelves de comprar el periódico.