Casi todos los músicos y compositores creen que con esta ópera wagneriana nace la música del siglo XX. En cada tono musical existe una escala de notas dispuestas de determinada manera: las intermedias se llaman notas cromáticas, y el empleo frecuente de esas notas produce una especie de desorientación en el oído del que escucha, con sensación de pérdida de la tonalidad. En Tristán e Isolda, Wagner emplea tal exceso de cromatismo que no se sabe muy bien en qué tonalidad se está moviendo. Dado que la música del siglo XX está generalmente basada en la destrucción de la tonalidad, se puede ver su función precursora y evolucionadora. El enorme valor de Tristán e Isolda como obra de arte total se impone por sí mismo, con independencia de su importancia en la historia de la música. Lo que de verdad cuenta es la pasión, el lirismo, la profundidad de expresión de sentimientos, el sentido oculto de la lucha entre amor y muerte, y el triunfo final del primero. Ahí está el verdadero valor de un drama que descuella con luz propia en el panorama wagneriano, pues como ningún otro supo reflejar los avatares del amor humano.