Campesino, revolucionario, caudillo muerto. Pocos personajes en la historia de México han sido tan fieles a sus principios como Emiliano Zapata Salazar, el incansable luchador que buscaba la justicia social, la libertad, la igualdad y la devolución de la tierra a sus legítimos dueños. Antes de morir en Chinameca en 1919, asesinado por órdenes de Venustiano Carranza, el Atila del Sur recuerda su infancia en Anenecuilco, su amistad con el yerno de Porfirio Díaz, su participación en la Revolución al mando del Ejército Libertador del Sur, sus noches con su querida Josefa Espejo y sus desacuerdos con Francisco I. Madero, quien fuera su padrino de boda. Pedro J. Fernández nos muestra en esta novela el alma del más idealista de los revolucionarios. Desmitificar a los héroes -seres humanos que dudaron y lloraron, que amaron a sus hijos, a sus padres y a sus hermanos- es otra manera de honrarlos. ¡Que viva Zapata! ¡Que no termine la lucha agraria! ¡Que se abran las gargantas y se escuche el clamor: tierra y libertad; la tierra es de quien la trabaja!