La Leyenda dorada, escrita por el dominico Santiago de la Vorágine a fines del siglo XIII, fue, después de la Biblia, el libro de mayor circulación en la Edad Media. Lejos de limitarse a registrar la leyenda edificante de los santos del calendario, esta prodigiosa obra tuvo la ambición de cristianizar el tiempo y mostrar cómo Dios, a través de él y con su buen uso, puede encantar al mundo. Así, el tiempo divino y el tiempo humano interactúan en un movimiento perpetuo que es el de la vida misma del cristiano, santo o no. Como Jacques Le Goff muestra magistralmente, la Leyenda dorada desempeñó un papel determinante en el desarrollo de la cultura europea, en la que la conciencia y el control del tiempo son elementos esenciales.