La narrativa contenida en El reino de la desesperanza, de Carlos Martín Briceño, atraviesa tres territorios disímiles de la existencia: la pubescencia, un tramo de tanteos, ambigüedades, arrebatos y desolaciones por donde deambulan conciencias exacerbadas por los sentidos abiertos al mundo y precoces persecutores de dichas; la madurez, un lapso que arrastra a las parejas clasemedieras a detestarse bajo las pulsiones del deseo, hombres y mujeres con prejuicios de toda índole e intenciones sinuosas y envolturas que planean sobre sus aparentes vidas correctas; por último, la vejez, la enfermedad devastadora de los cuerpos de personajes autoconscientes de sus fragilidades y ocasos, o bien testigos de los derrumbamientos de los otros.